Cefaleas de ultratumba

¿Sabes lo que es esto?”, dijo mi anfitrión estirándose para dar una palmada a un gran bulto que tenía en un rincón de su cuarto de estar. Parecía un montón de ropa vieja como la que se selecciona para entregarla a una asociación benéfica y que después uno se olvida de llevar durante meses. Un niño daba vueltas a su alrededor en triciclo, imitando con pedorretas el sonido de una moto. “Es mi abuela”.
Antes del advenimiento de la televisión, ningún hogar occidental estaba completo sin una abuelita que se sentara con los niños y les soltara fragmentos de sabiduría de andar por casa. Muchos hogares de los toraya [pueblo indonesio] aún la conservan, pero puede estar muerta. El cuerpo se envuelve en tejidos para absorber los jugos de la putrefacción. Muy pronto, todo el bulto se vuelve bastante inofensivo. Algunos toraya modernos hacen trampas y le inyectan formalina para ralentizar la descomposición mientras la familia moviliza sus recursos y reúne a los miembros ausentes para pasar a la etapa siguiente del funeral. A diario se colocará comida y bebida en un plato puesto en equilibrio sobre el cuerpo.
- ¿No vas a saludarla?
- Encantado de conocerla, abuelita.

Resultaba difícil hacer un gesto. Estrecharle la mano era imposible, pero darle una palmada al bulto hubiese sido una muestra de confianza excesiva.
- Vaya, eso ha estado bien.
- ¿Cuánto tiempo lleva muerta?
Me lanzó una mirada de consternación.
- Nosotros no decimos eso. Esta “durmiendo” o “tiene dolor de cabeza”. No morirá hasta que abandone la casa. Ya lleva durmiendo tres años.
Se puso de puntillas y bajó un enorme radiocasete para entretenerme con algo de música. Me di cuenta de que las cintas estaban almacenadas por orden alfabético sobre el cuerpo, que resultaba una estantería muy cómoda.
- La echarás en falta cuando muera –dije.

Nigel Barley, 2000:
Bailando sobre la tumba. Anagrama

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